EN MANOS DEL MINOTAURO (MICRORRELATO)
EN MANOS DEL
MINOTAURO
El vulgar arco, forrado de verde intenso
por la hiedra, eternizaba ante mí. Largo tiempo llevaba esperado al aguerrido
guerrero, al demente que osara siquiera barajar la posibilidad de adentrarse en
sus misterios. La piedra ojival no concebía otra razón, raciocinio alguno que
diera sentido a tan inconsciente atrevimiento. Mas no había vuelta atrás, y mi
cuerpo penetró dejando atrás la trepadora hedera. La espada de Threfelgar destelló,
irradiando su mágica luz sobre el hogar del más celebre guardián. El minotauro
andaba cerca.
El
penetrante chirrido del metal rasgando la piedra presagió el fatal desenlace,
la confluencia del héroe y la bestia. Y junto a las chispas que sus dos
prominentes hachas proferían al surcar los muros mostró su cornamenta en la
oscuridad. Rebufó por su hocico de toro, y su voz, grave y trascendental, se
escuchó resonando entre lo angosto del pasadizo:
—No puedo dejarte pasar —aseguró
entretanto sus dos ojos llameantes alumbraban su temida faz—. Solo un inmortal
puede alcanzar el Cáliz de Vida. Solo alguien que no anhele su poder puede tomarlo.
—Entonces, nada más nos queda la lucha
—proferí a sabiendas que no podía vencer, derramando una lágrima por ese amor
que no obtendría salvación.
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