Me faltan adjetivos para expresar lo mucho que me gustó esta serie, lo mucho que disfruté visionando un capítulo tras otro sin poder dejar de hacerlo, como si fuera uno de esos yonkis que se metían la metanfetamina (cristal azul para ellos), que con tanta destreza cocinaba el «bueno» de Walter White siempre «ayudado» por su «socio» Jesse Pinkman. Cuando terminé el último capítulo, me quedé ante el televisor quieto, pensando mientras la canción «Baby Blue», de Badfinger, sonaba a la vez que los créditos finales daban por concluida la mejor serie que había visto en mi vida. Resultaba extraño, pues el principio de la serie, por su lentitud, me echó para atrás la primera vez que intenté verla, y sé que a muchos les ha pasado lo mismo. ¡¡NO SABEN LO QUE SE PIERDEN!! Es irregular, sí, con capítulos memorables seguidos de otros mucho más pausados; todos necesarios para que al fin, tras su desenlace, digas: «Esto ha sido único». La premisa de la serie, en aparie